Antes de que te vayas, llévate las tormentas en mis pestañas, el pulso descompasado de la desesperación por no saber ya respirar.
Y tú, tu culpa, eres el motivo de dejar una huella que aplastó mi dignidad hasta dejarla nimia, rota en la puerta de aquel bar que nunca llegó a abrirse esa noche para nosotros.
Retirada ya la palabra, y las miradas de reojo, la que se dispone a salir por esa puerta soy yo. Desatada, confusa y algo odiada. Pero me recordarás, como aquel error que siempre tuvo que ser cometido y alejado con rapidez.