viernes, 12 de agosto de 2011

75_Rayuela, Cortazar.

Había sido tan hermoso, en viejos tiempo, sentirse instalado en un estilo de vida que autorizaba los sonetos, el dialogo con los astros, las meditaciones en las noches bonaerenses, la serenidad goethiana en la tertulia del Colon o en las conferencias de los maestros extranjeros. Todavía lo rodeaba un mundo que vivía así, que se quería asi, deliberadamente hermoso y atildado, arquitectonico. Para sentir la distancia que lo aislaba ahora de este columbario, Oliveira no tenia mas que remedar, con una sonrisa agria, las decantadas frases y los ritmos lujusos del ayer, los modos aulicos de decir y de callar. En buenos aires, capital del miedo, volvia a sentirse rodeado por ese discreto allanamiento de aristas que se da en llamar buen sentido y, por encima, esa afirmación de suficiencia que engolaba las voces de los jóvenes y los viejos, su aceptación de lo inmediato como lo verdadero, de lo vicario como lo, como lo, como lo (delante del espejo, con un tubo de dentrifico en el puño cerrándose. Oliveira una vez mas se soltaba la risa en la cara y en vez de meterse el cepillo en la boca lo acercaba a su imagen y minuciosamente le untaba la falsa boca de pasta rosa, le dibujaba un corazón en plena boca, manos, pies, letras, obscenidades, corría por el espejo con un cepillo y a golpe de tubo, torciendose de risa, hasta que Gekrepten entraba desolada con una esponja, etc.

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