A veces la lluvia es tan fina que apenas la notas rozar; con ese característico murmullo de las flechas al caer en parábola hacia nuestro corazón. Tendríamos que haber cogido el paraguas y sacar del armario los chubasqueros, prevenirnos de lo inevitable o hacer que somos algo más normales. Normales... esa palabra que te exacerba en proporciones escandalosas, que te llena de ruido la boca cuando te encuentras de pronto con este término. Solías decir que las personas normales son tristes en sí mismas, sin más preocupación que hacer lo que está escrito, incapaces de ver los fallos a la moral o el raciocinio cuadriculado.
La estruendosa soledad me está volviendo normal, Verónica. Tú, que te fuiste sin dar más explicación que la rotunda negación de lo inevitable ante nuestro pronóstico acertado. Negándolo todo y mandándolo todo a la mierda. La tristeza que envuelve las cosas de esta casa se está precipitando en mi mente y no me deja pensar.
Y tu vestido favorito sigue en el cajón, como recién planchado... Como te gustaba a ti.
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