Y en antiguo café escuché decir que únicamente somos máquinas de deseos, dirigidos por ellos hasta una felicidad idílica. Hambrientos de posibilidades. Y yo, que todo me lo creo, me asusta la probabilidad de que sea verdad; ¿acaso si no hay deseos no hay un motor por el que vivir? Quizás sea tan mentira y la necesidad de poseer lo bueno arrasa cualquier indicio de la preexistencia de ese equilibrio.
- ¿Qué nos queda por decir?
- Creo que nada... salvo alguna idea secundaria que carece de importancia.
(Y las sonrisas tornaron a carjadas despreocupadas. Acaban siempre igual... No hay remedio para esos dos.)
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