lunes, 12 de mayo de 2014

Crucé el abismo por el arco del puente que dibujan de tus cejas.

Hoy voy a dejar que te marches,
si lo prefieres me marcho yo.
Piensas lo mismo aunque calles
que distanciarnos era mejor.
(...)
Que cuando mires el reloj, detengas el tiempo.

Que si no quieres, lo propongo yo; es un listado de deseos que queremos romper. Arañar las hojas del papel escrito por los dos mientras nos ahogamos en alcohol. Y con el corazón, decirnos que nos volveremos a ver, aunque esta vez no sea en la misma piel.
Al rasgar el papel, lloran las palabras por ver lo que vamos a hacer: Suicidarnos sin consciencia, en la más pura demencia de dos jóvenes que no supieron emprender el acto de amar o de racionar las emociones para que no se acabasen en la misma noche que nos dimos a conocer. ¿Tu nombre? ¿Quizás Raquel? ¿Yo, Manuel? No lo sé. Mejor adjetivamos, y vemos qué podemos hacer.

A golpes de fatiga comprendí, que la vida no comienza en una mañana ni termina en una noche de des-inocencia. Que se emprende en las cruzadas que miramos y en los besos que labiamos. Y todo, mezclado, nos da forma, nos da identidad, nos da la razón de volver a empezar. O de nunca acabar.

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