Si me dices que me calle, me callo. Y el silencio se cuela quisquilloso entre mis ojos y no soy capaz de decir una palabra que no sean las palabra que te guardo a través de un único suspiro. No fueron coincidencias, no surgió nada, todo lo acabamos por buscar nosotros sin atender a nuestra razón enfermiza. Locos por querer predecirlo todo cuando la probabilidad de que las cosas sucedieran estuvieron siempre a nuestro lado. Y todo esto te lo digo sin abrir los labios. Porque, pequeño, si me dices que lo guarde todo y me vaya soy capaz de hacerlo pero únicamente si prometes que más adelante conseguirás alcanzarme y abrazarme tan fuerte que ya no tenga mas adicción que de soñar contigo.
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Querida Annie,
Hacía tiempo que no te escribía. Las tardes las pasé paseando por las avenidas de la ciudad gris, atravesando parques y cruces sin que pudiese quitarme ese recuerdo en mí. Dejé de concebir el tiempo como algo pasajero, él ahora se convirtió en mi amante y los dos dibujamos muñecos que recuerdan a ti y a mí en aquellos tiempos sobre los cristales empañados del ferrocarril. El abrigo que me compraste está empezando a coger polvo. No es que lo tenga olvidado, sino que lo tengo envuelto todavía en tu aroma y la pena se apodera de mí cada vez que al abrir el armario se escapa tu fragancia. Me estoy volviendo un viejo cascarrabias, cada vez voy acumulando más manías y después de ti no fui capaz de encontrar a nadie que me volviera a hacer reír de aquella manera. Todo lo que viví siento que empieza a pesar en mi cuerpo y me envejece y me hace caer una y otra y otra vez... Oh Annie... No miento si te digo que me hiciste el hombre más afortunado en el mundo sólo por haber podido aprovechar cada segundo que pasé contigo. Ya no tengo dinero ni ganas para bajar al bar de abajo y quedarme ebrio en la barra hasta que el Sol volviese a surgir. Ya no tengo el suficiente coraje para arreglarme y pasear por tu parque favorito, ese en el que pasabas horas leyendo clásicos a los pies de un almendro, sentada en ese banco de metal con adornos florales que hacían juego con tu cabello castaño y ondulado.
Ya no soy yo, Annie. Menos mal que no estás aquí para comprobarlo, que la última imagen que pudiste tener de mí fue de hace más de diez años cuando todavía tenía ganas para seguir contándolo.
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