Son días normales, pero extraño algo. Ese sentimiento lo he tenido siempre presente, pero quizás no con tanta intensidad o no lo veía tan cerca. Las ventanas están frías y húmedas, como si durante la noche no hubiesen parado de llorar. Toco con las yemas de mis dedos el frío cristal y el vaho sale triste dibujando extrañas palabras que creí que fueron borradas para siempre. Mis ojos terminan por enfocar el horizonte que se dibuja por la ventana. Aquel lago era lo único que me dejaste, lleno de recuerdos y de nostalgia petrificada por el tiempo. No comprendo por qué te fuiste; quizás sea algo que nunca llegue a comprender. La puerta de la cabaña siempre ha estado abierta para ti y en este momento sigue así. Coloqué mi libro en el umbral para que jamás se pudiese cerrar a tu voluntad.
Y hoy vuelves, no sé con qué fin. Pero vuelves y me haces feliz una vez más. [...]
-No te vayas, por favor- Musitó.- Esta vez es diferente, creo que puedes ser capaz de quedarte conmigo un rato más. Déjame demostrarte que es así. No des un paso más, no podré esperar para siempre tu llegada. Un año nos ha hecho cambiar, no quiero que te marches y que cuando vuelvas no sea capaz de encontrarte en tu mirada. No... Esta vez quiero que me hagas feliz, que me digas que este vestido me hace guapa. Que me mires pícaro y sea capaz de ver tus intenciones. Quiero que me cojas de la mano y me guíes durante este trecho; que te quedes en esta casa, la que ambos construímos tiempo atrás. Necesito que me hagas ronronear sólo como tú sabes. Déjame enseñarte que se puede conseguir.
-Lo siento. Yo nunca he sido así.
Lo agarró de la camisa, le dio la vuelta y ella se lanzó a sus brazos para poder abarcarle con los suyos.
-Si no insisto sé que durante el resto de mi vida me estaré martirizando por no haberlo hecho. Lo único de lo que me arrepentiría sería de no haber evitado que salieses por la puerta.
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