Abro los ojos. Ha pasado mi primer día. Son las 7:05 y me hago la perezosa. Doy un giro de noventa grados y me quedo mirando al techo de mi cuarto. Hace más de dos semanas me abrazabas y decías que era cierto. Te creo. Ahora me intento ahogar con la colcha, no quiero vivir en este mundo, me hace daño y soy todavía una cría para saber afrontarlo. Siguen escritos tus puntos suspensivos en mi brazo ahora que me fijo en la negrura de la madrugada otoñal y fría. Me dicen que en un tiempo podrás volver. Eso ahora no me lo creo, no soy capaz. Puedo esperarte el tiempo que haga falta, incluso el que no me sobre, sólo para poder recapitularlo todo y tirarlo a la basura para seguir de nuevo un nuevo camino contigo. Todo lo que me rodea me recuerda a ti. Hoy no, María, no pienses más. Hay que erguirse y salir fuera, a la calle, para desaprovechar otro día más de tu vida. Porque ahora no lo veo de otra manera.
Me desnudo, me desprendo de lo que no me pertenece y me veo reflejada en el espejo. Ojos hinchados y piel pálida. Si no fuera porque sigo pensado y respirando diría que me dejé mi alma en alguna canción que escuché la noche anterior para poder recordar al despertarme que ya no debo esperarte más, no durante un tiempo para que puedas devorar el mundo y dejarlo a tus pies.
Me decepciona el tic-tac, hace mucho tiempo que no hace nada por mí. Sólo me hace sufrir. Me siento una persona anciana, cansada y orgullosa encerrada en un cuerpo y una época que no merezco. Y derrepente me pongo a llorar. Todo sería más fácil si no tuviese que depender de alguien en mi vida. Sí, me estoy haciando mayor y no quiero.
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