martes, 30 de noviembre de 2010

-Qué tonto fue el día en el que permití dejarte pasar. Ahora lo ves todo con otros ojos...- Se declara mientras mira por el ventanal con un cigarro en la mano bajo la atenta mirada de él.- Piensa lo que quieras, mis sueños estaban contigo y tú ya no pudiste estar. Nuestras aventuras acabaron cuando decidí subir a aquel barco para huír de la guerra y no de tu amor, como siempre has querido creer; para que todo doliera menos o simplemente para no encontrar motivos para esperarme. Y durante estos veinticinco años sólo pensé volverte a ver, millones de veces me vi con mi equipaje en la mano para ir a tu encuentro pero en el último momento supe que no volverías a estar. No para mí.
Le da una profunda calada al cigarro que se transforma en silencio que pesa en la habitación, y como una fuente suelta el humo hacia el polvo del tiempo. Se gira y deja de darle la espalda.
-Nos olvidamos tanto de nosotros... Yo no soy esta. Admito que fui una joven alocada cuando te conocí y que ahora no queda nada...- Le mira atenta, esperando una respuesta que no encuentra. Por lo que vuelve a ahogarse entre la incertidumbre y caladas sobrias.- ... No te busqué, por lo tanto soy tan culpable como tú de que acabara o de que no llegara a empezar. Y ahora... ahora ya es demasiado tarde.

Acaba su monólogo. Constata que su expresión sigue siendo la misma que al principio de sus palabras. No hay nada que hacer, el tiempo le cambió. Esperar a que vuelva aquel joven que la hizo renunciar a tantas cosas sería una temeridad. Se seca las lágrimas. Recordar aquellos tiempos en los que los dieciséis rondaban su vida la hacen estremecer de añoranza. Y ahora que puede volver a rozar su piel él se encuentra todavía más lejos que después de aquella despedida tan desagradable.

-Dejar que el tiempo pasase no fue la mejor elección, ¿a que no?
-Supongo que no, ¿pero qué más podíamos hacer? La distancia era tan grande...
-La distancia podría haber sido lo larga que hubiesemos querido que fuese. Es algo de lo que me fui dando cuenta con los pasos de los años.

La luz de la tarde se filtra por el majestuoso ventanal. Su desaliñada camisa y su alborotado pelo le harían suspirar en otros momentos. Algunos rasgos de su adolescencia no le han abandonado, ella da cuenta de ello al observarle atenta.
Él la mira y comprende lo que pasa por su cabeza, la sonríe inclinado para después desviar la cara hacia la luz. Supone que dentro de él siempre estuvo la posibilidad de dar pie a ello, de buscarla, como en las historias de caballeros donde el coraje prevalece ante el destino.

Y se cierra el telón y nadie es capaz de aplaudir.

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