sábado, 27 de septiembre de 2014

Hay una voz en el tejado

Hay una voz en el tejado encerrada en una grabadora oxidada.
Hoy en la ciudad llueve, pero yo lo veo todo más claro. Como te dije una vez, nadie se olvida, nadie sale de la memoria. Esto debí haber tenido en cuenta en el momento en el que quise borrarte para siempre, separarte lo máximo de mí. Encerré todos los recuerdos con un lazo de seda e hice el nudo más fuerte que me permitieron mis manos temblorosas. No quería volver a encontrarte en mi monotonía.
Ahora enciendo el cigarro subida a la ventana, asomándome al mundo desde las alturas mientras que veo como las gotas se van arrojando al vacío. No me debes nada, ni yo debiera hacerlo tampoco, pero la gratitud va más allá de todo y ahora me doy cuenta.

Hay una risa colgando de aquella teja. Sé ahora con certeza que es la tuya. Oxidándose en esta mañana lluviosa. Apago el cigarrillo, sonrío, y vuelvo a meter mi mente entre las cuatro paredes que son mi casa. Basta por hoy. Basta de recuerdos. Terminemos con la historia.

sábado, 20 de septiembre de 2014

A veces lo sueño y lo hago realidad. Lo convierto en algo material. Palpable. Como si te rozase con el meñique cuando nadie mira, para captar tu atención y dedicarte una sonrisa. Una sonrisa que ahora comienza a percibirse translúcida, como un papel de fumar antes de prenderse en el recuerdo o en la ilusión.

Y cuando lo sueño y lo trazo en líneas de presente me emociono y, aunque no estés, la sonrisa que nace tiene dedicatoria a todo lo que tu eres.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Cuando a las palabras bonitas les crecen espinas. En el preciso instante en el que las voces que te llamaban ahora se callan, murmuran, y juzguan; llega la hora de volver a hacer el equipaje y marcharse lejos.

Ella que se sentía tan ella en ese momento. Ahora sus lágrimas se ahogan entre el humo y alcohol de los extraños de ese antro de mala muerte. Busca en su bolsa y, para no ser menos, saca una cajetilla del tabaco al que siempre prometió no engancharse; y el chasquido del mechero marca el comienzo y el final de algo que siempre creyó que era verdad, palpable, para convertirlo en retazos de pasado amargo.

No me marcaste tanto, susurra. Nadie la escucha, nadie quiere oír lo que ella tiene que decir. No paga la cuenta esta vez. Decide desaparecer: y es el momento de coger las maletas y marcharse lejos. De olvidar, de denegar segundas oportunidades que siempre se vuelven en contra de uno mismo.

Y para qué ayudar, para qué dar tanto de uno mismo cuando nadie quiere ver. Cuando nadie pretende valorar. Que si no hay cariño, todo es un engaño. Estafas del alma por momentos de ligero bienestar.

El bien humano es algo que cada vez se le vuelve más extraño. Alejándose por la acera lo ve todo claro. No hay vuelta atrás.

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