miércoles, 10 de septiembre de 2014

Cuando a las palabras bonitas les crecen espinas. En el preciso instante en el que las voces que te llamaban ahora se callan, murmuran, y juzguan; llega la hora de volver a hacer el equipaje y marcharse lejos.

Ella que se sentía tan ella en ese momento. Ahora sus lágrimas se ahogan entre el humo y alcohol de los extraños de ese antro de mala muerte. Busca en su bolsa y, para no ser menos, saca una cajetilla del tabaco al que siempre prometió no engancharse; y el chasquido del mechero marca el comienzo y el final de algo que siempre creyó que era verdad, palpable, para convertirlo en retazos de pasado amargo.

No me marcaste tanto, susurra. Nadie la escucha, nadie quiere oír lo que ella tiene que decir. No paga la cuenta esta vez. Decide desaparecer: y es el momento de coger las maletas y marcharse lejos. De olvidar, de denegar segundas oportunidades que siempre se vuelven en contra de uno mismo.

Y para qué ayudar, para qué dar tanto de uno mismo cuando nadie quiere ver. Cuando nadie pretende valorar. Que si no hay cariño, todo es un engaño. Estafas del alma por momentos de ligero bienestar.

El bien humano es algo que cada vez se le vuelve más extraño. Alejándose por la acera lo ve todo claro. No hay vuelta atrás.

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